Un Ramón Gómez de la Serna puesto de speed (“Un pelirrojo es un albino tinto”). Un Kaspar Hauser que acabase de aprender a hablar, un tren bala del autismo a la logolalia (“Las lesbianas suizas hacen la tijera y 99 cosas más”). Un Diógenes punk que pagara su odio por los hombres haciéndoles reír, un outsider en el centro del escenario (“El enano es la metadona del pedófilo”).
Un maestro del humor negro (“¡No pongáis esquelas, son muy caras! Es mucho mejor desenterrar el cadáver y follárselo: al día siguiente sale en portada”). Del humor blanco (“Mi perro se llama Hamlet, porque dudábamos si ponerle Toby o no Toby”). Del humor absurdo (“Mi vecino es mimo, y por las noches me despierta del silencio que hace”). De las paradojas. Se extralimita, salta al vacío y cae de pie (“La reencarnación es como un divorcio: el cuerpo y el alma se separan, el cuerpo se queda con todo y alma se va con uno más joven”).
En definitiva, un explotador de tópicos, capaz de sacar oro de canteras que parecían agotadas. Y, más allá de todas las definiciones, un cómico: alguien que nos presta su tiempo, su cuerpo y su voz para que nos desencajemos las mandíbulas. A él acudiremos buscando no solo evadirnos un rato, sino como gesto reivindicativo: cuanto más amenazada se encuentre la libertad de expresión, más política habrá en el apoyo a este humor subversivo.
Si aún no has tenido la posibilidad de ver a Luis Álvaro en acción, en FesJajá tienes una nueva oportunidad. No faltes.